Limpieza étnica en Salt

No te liarás con un/a negro/a. Ni con un/a moro/a. Éste es uno de los mandamientos no escritos para ser un/a buen/a militante de Plataforma per Catalunya. Hay muchos más, por supuesto, que se resumen en uno solo: jamás, jamás, reconocerás que PxC es un partido racista, de ultraderecha o fascista. La concejal de Salt -población catalana cercana a Girona- Joana/Juana Dolores Martínez González acaba de descubrir que el suyo no es un partido racista: una gran sorpresa, sin duda. Ella nunca lo había sospechado, claro.

Con lo que tenemos servida una bonita y particular versión de la historia de Romeo y Julieta: a una concejal de un partido racista no se le ocurre nada mejor que enamorarse de un negro (a quien los medios llaman "subsahariano", por aquello de la corrección política). Sostiene la concejal Joana/Juana que su enamorado tiene papeles y empleo, que no es en absoluto un ilegal. Pero su partido, tras varios episodios de mobbing, acabó por forzar su dimisión (y la de otro concejal que tenía un novio sudamericano, por si fuera poco para PxC).

Los argumentos que utilizan son tan pintorescos como endebles: no consiguen definir un argumentario sólido, porque no estaban preparados para un disgusto de este calibre. Quién va a imaginarse a un Anglada enamorado de una muchacha de Nados castamente cubierta con su velo negro, o aún peor, con un iman guapetón y radical... Impensable, ciertamente, pero la realidad a veces supera a la ficción más descabellada. Tal vez es una suerte que las ideas y los argumentos no sean el fuerte de esta formación política: si su líder, Josep Anglada, tuviera la talla política y la capacidad de comunicación necesarias, las cosas serían muy distintas. Aunque por ahora tampoco les va tan mal el negocio...

Por eso, precisamente, la concejal puede ahora exhibir su indignación y disimular como si nunca hubiera sabido cuál es el ideario (por llamarlo de algún modo) que representaba su partido. Y no sólo esto: va a llevarlos incluso ante los tribunales, que ya es desfachatez. Ella no pensó nunca que el suyo era un partido racista y que no aceptaría el amor o la amistad entre un negro y una blanca o un moro y una cristiana. No es ingenuidad, es cara dura.

Sintiéndolo mucho por la concejal enamorada, aunque el caso tenga aires de ópera bufa, PxC ha actuado con una coherencia absoluta. Y la concejal Joana/Juana hubiera hecho exactamente lo mismo si, hace unos meses, otro concejal de su partido se hubiera enamorado pongamos que de una gitana rumana sin papeles...

Pero vayamos un poco más lejos, aún. Un partido que apuesta por la limpieza étnica debe saber dónde dibuja la línea roja. Si quieren una Cataluña racialmente pura, sin mezclas ni mestizajes, tienen que plantearse seriamente quién es catalán-catalán. El pujolismo acuñó un gran principio, que sirvió para ampliar la puerta de entrada a la plena catalanidad: es catalán quien vive y trabaja en Cataluña.

Houston, tenemos un problema. Si aplicamos este principio al pie de la letra, los negros, moros, rumanos y sudacas (con papeles) encajan perfectamente y cumplen todos los requisitos.

¿Añadimos como requisito el color de la piel? ¿La religión? ¿El amor obligatorio a Cataluña? ¿Un examen de patriotismo? ¿O tal vez un análisis pormenorizado del árbol genealógico para exigir un mínimo de arraigo, dos o tres generaciones para no quedarnos cortos? Si es así, tenemos otro problema, aún mayor. ¿Y qué vamos a hacer con los "Martínez González" como la concejal, con los inmigrantes andaluces o de otras regiones españolas? ¿Y qué pasa cuando son éstos, precisamente, los que quieren expedir certificados de catalanidad para los nuevos inmigrantes?

¿Alguien les pidió jamás a ellos un certificado de catalanidad?

Cierto, Cataluña no es tampoco el paraíso. La integración de los inmigrantes del sur fue problemática, comportó discriminaciones sutiles, categorías sociales perfectamente definidas (de primera, segunda o tercera) y aún subsisten discretamente en los substratos más profundos de la sociedad catalana-catalana. No hay países no racistas, pero sí países que saben llevarlo con dignidad, que no cometen excesos, que aprenden con dificultades y contradicciones a convivir. Cataluña es uno de estos pocos países que pueden permitirse un Montilla de presidente de la Generalitat. Algo que nunca veremos en España, donde los catalanes tienen que hacerse perdonar y proclamar cada dos por tres su españolidad.

La verdad es que la concejal de Salt, sus colegas de partido, sus votantes y simpatizantes, tienen un problema si realmente aspiran a una Cataluña pura: si hilamos muy fino, y en esto del racismo no valen las medias tintas, ya pueden empezar a dimitir y exiliarse. Mejor que no empecemos a hacer tests de catalanidad, porque en este país acabaremos quedando sólo cuatro gatos y ni uno solo, ni uno, votará por PxC.

Porque Cataluña no es un país racista, como ya debería saber la concejal de Salt si es que alguna vez se ha tomado la molestia de saber en qué tipo de país vive. Aquí no le va a faltar gente que defienda su derecho a enamorarse de un negro. O de una choni de Castefa, como cantan Els Catarres en su canción que ya es uno de los grandes éxitos del verano...

(Publicado en el diario digital e-notícies, 13.08.2011)

 
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