Los amos de Europa y la regla de oro

Mira por dónde, gracias a Frau Merkel y a Monsieur Sarkozy, este país tendrá que ponerse a reformar la Constitución uno de estos días. Ambos mandatarios acaban de erigirse en algo vagamente parecido a cónsules del Sacro Imperio Franco-Germánico. Así, por duplicado, como en los tiempos de la vieja Roma republicana. Los dos cónsules (etimología: "los que van o caminan juntos") han asumido el gobierno colegiado de la Europa continental (sin Gran Bretaña, of course) y han empezado a dictar las normas fundamentales, las de verdad, las que se refieren al dinero, el auténtico corazón de  Europa.

Los nuevos amos de Europa quieren grabar a sangre y fugo en las constituciones europeas el nuevo mandamiento: el equilibrio presupuestario de las administraciones públicas. De todas, sin excepción.

No es más que una aspirina para los males que nos aquejan, pero se nos presenta como un tratamiento digno de la brillante mente del doctor House. Fijar unos gastos iguales a los ingresos, y dedicar algo más a inversiones (que no a gasto ordinario) es evidentemente una regla de oro. Aunque no tiene ningún sentido fijarla en las constituciones. Tampoco lo tendría una declaración del estilo de "dos más dos suman cuatro". Probablemente lo que cuenta es el gesto, la intención, y no tanto el sentido práctico de la medida. Hay infinitas posibilidades de maquillaje de cuentas públicas y privadas, que permiten disimular los pecados presupuestarios. ¿Quién se inventó, si no, el modelo de endeudamiento oculto "a la alemana"?

Pero en fin, pasemos página, el pasado, pasado está, y la fuerza está en las manos que está, no hay más.
Por eso también se permiten  ordenar (delicadamente, a través de una carta que le mandan a su secretario van Rompuy) que los países infractores serán severamente castigados: les cerrarán el grifo hasta que se arrodillen y prometan que no lo volverán a hacer más.

Y a eso le llaman gobierno económico europeo y pretenden que la gente se lo crea y los mercados se lo traguen. No han tenido mucho éxito hasta ahora, pero tampoco hay a la vista nada mucho mejor que esas falsas celebraciones del supuesto paso adelante que ha dado Europa... Mejor, pues, que nos guardemos las preguntas incómodas y las incredulidades.

De modo que si es necesario España deberá reformar su Constitución. Hay que reconocer que este mes de agosto de 2011 está resultando verdaderamente sorprendente...

Hasta ahora no hemos escuchado a ninguno de los ardientes y apasionados defensores de la patria alzar la voz contra lo que es evidente: la soberanía nacional está en manos de los cónsules Merkel-Sarkozy. En un país donde es anticonstitucional y antipatriótico plantearse siquiera dudar de las verdades constitucionales reveladas por Yahveh a Moisés en el Sinaí, causa gran sorpresa que los severos guardianes de la Constitución no hayan dicho ni pío. Ni siquiera en el twitter...

Es más. Parece que incluso se sienten aliviados: uf, por fin hay alguien que toma las riendas y nos saca de encima el peso de tomar decisiones, ya irán diciéndonos qué hay que hacer en cada momento. Con un gobierno definitivamente perdido en el marasmo de la crisis y la campaña, un probable futuro presidente que cuando le preguntan por el programa responde "pulpo a la gallega", un probable futuro líder de la oposición que cada día tiene una idea brillante (salvo durante la JMJ, largos días en los que ha dado por perdida la batalla mediática), una iglesia hispanorromana que ha entrado abiertamente en campaña y un montón de indignaciones más o menos confusas recorriendo las españas, lo mejor que nos puede pasar es que el tándem de los cónsules Merkel-Sarkozy nos diga qué, cuándo y cómo hay que hacer lo que hay que hacer. Un clásico, lejos de mí la funesta manía de pensar...

Pero también una oportunidad. Es probable que alguien, en algún despacho con el aire acondicionado al máximo, esté dándole vueltas a una posibilidad... Ya puestos a retocar la Constitución (cuando nos manden el texto para darle a las teclas de copiar y pegar) podríamos aprovechar la ocasión y repasar cuatro cosillas que luego el pueblo, presuntamente soberano, podría refrendar solemnemente.

Por ejemplo, por ejemplo, el título VIII de la Constitución, ¿no? Puestos a reformar, aquí no nos gana nadie...

(Publicado en el diario digital e-notícies, 18.08.2011)

 
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