Indignados, asustados y confusos

El 15-M ha vuelto, rebautizado como 15-O. No se trata de una mutación: continúa siendo el mismo magma social, en general pacífico, utópico y sentimental. Tampoco se trata de una minoría de extremistas marginales de izquierdas, como sostiene el provocador Aznar. Muchas y muy diversas son las simpatías con que cuenta este movimiento, relativizadas con matices y distancias. La mía, por ejemplo. Aunque no esté dispuesto a manifestarme junto a ellos, pero sí a reconocer el servicio que prestan a una sociedad angustiada y confusa. Incluso a los que no se sienten representados en estas movilizaciones pero ni forman ni formarán parte de los ganadores de la crisis.


Por su propia naturaleza, esta corriente emocional se resiste a ser canalizada o vampirizada. Hay quien lo intentam por supuesto, pero ni la socialdemocracia ni el ecosocialismo encontrarán aquí votos, ideas o programa. Aunque enarbolen la bandera de monsieur Hessel, santo patrón de las indignaciones mundiales. No lo van a conseguir porque la izquierda tradicional y confusa también es causa de justa indignación en un momento dramático de una de las mayores batallas ideológicas de las últimas décadas.

Una batalla que no es económica, sino política.

Cabreados, asustados y confusos. Esto es el 15-O y su entorno de simpatías más o menos distantes. Así, claro, no se va a ninguna parte. No pasarán de la poesía a las matemáticas. Ni mucho menos de las utopías a la dura, fea y necesaria política real.

Es su punto débil. El clamor por una democracia real olvida que ya tenemos una. Muy mejorables, sin ninguna duda, pero también con una hoja de servicios extraordinaria. Experimentos, pues, los justos. Y preferiblemente con gaseosa. No es necesario refundar la democracia, sino simplemente utilizarla a fondo. Fácil de decir y dificilísimo de hacer, claro: la democracia implica siempre construir mayorías y llegar a acuerdos. Esto es, aceptar las inevitables renuncias.

Las simpatías que despierta el movimiento se fundan en la indignación que despierta el expolio, la estafa, la ruina a la que nos están abocando. Somos muchos los que estamos cabreador, indignados, confusos. Pero cuando se trata de discutir qué hay que hacer, las simpatías se desvanecen.

Y aqui es donde empieza el espacio para la política y también para la socialdemocracia, que lleva en su ADN aún algunas soluciones posibles y pragmáticas. A condición, por supuesto, de despertar de su largo sueño ideológico, de la trampa en la que ha caído como perfecta gestora del capitalismo acomplejado. Hay necesidades y problemas que son para hoy o para mañana, que reclaman soluciones urgentes y no pueden esperar a una nueva e hipotética edad de oro de la humanidad asamblearia.

Por ejemplo: encontrar el dinero que falta para cubrir el déficit público, la deuda y salvar el estado del bienestar. ¿Imposible? ¿Utópico? En absoluto.

En Grecia (donde Frau Merkel tiene al gobierno y al país entero cogido por los huevos, ya me perdonarán la grosería, pero estos no son tiempos para lindezas) resulta que han descubierto que el fraude fiscal se cifra como mínimo en unos 37 mil millones de euros. ¡Oh, milagro! Incluso se plantean publicar los nombres y apellidos de los principales evasores. Y si esta es la cifra resultante de una investigación de urgencia, con Frau Merkel en los talones, no es aventurado suponer que el agujero negro será del doble o del triple.

Aquí, en España, hay expertos (www.gestha.es, por ejemplo) que calculan el fraude fiscal en una cifra entre 50 y 80 mil millones anuales. Una bonita cifra que se podría recaudar sin revoluciones ni utopías, ahora mismo, con la ley en la mano.

Pero no veremos pancartas ni manifestaciones pidiendo, exigiendo, algo tan sencillo, urgente y justo para todos (no seamos demagogos, no sólo evaden impuestos los ricos): que cada cual pague lo que le toca. De acuerdo, este tipo de pancartas son poco probables en la calle, pero sí encajarían perfectamente en los programas electorales de izquierdas. Como una prioridad. Bajo ese nombre tan clásico: justicia fiscal. Que todos paguen lo que les corresponde. Que se declare la guerra sin tregua a la evasión fiscal, a la economía sumergida, a los abusos de ricos y pobres (que también los hay), que se persigan con ahínco los creativos trucos para evadir impuestos. Esto sería suficiente para una larga temporada, porque este es el momento de resistir. No es el momento para soñar mundos revolucionarios e ideales, sino para hacer las cosas que hay que hacer ahora con las leyes de ahora, con las miserias y trampas de ahora. Hay que arar con estos bueyes, no tenemos otros. Pero al menos tenemos éstos, si los queremos y sabemos usar.

(Traducción del artículo publicado en el diario digital e-notícies)

 
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